jueves, 26 de septiembre de 2013

En el trabajo


No sonó el despertador y ya son las 8:32. Es tarde. Hoy entraba al trabajo a las 8 y media. Empiezo a correr: salto de la cama, me pongo uno de los pantalones negros de siempre, siempre sucio y vuelto a lavar, y escojo entre todos los polos blancos colgados en el closet el más blanco, siempre sucios y vueltos a lavar. Ya me afeité y me bañé más temprano antes de llevar a mi hija a su colegio, solo me lavo la cara y mojo mi cabello para pasarme el peine rápidamente. Mi esposa se ha llevado el carro esta vez y me toca irme a trabajar en bicicleta, mi fiel, aunque algo celosa compañera estos últimos años. Salgo del cuarto listo para irme. Sobre la mesa hay una taza de café frio, que estuvo caliente antes, cuando Sandra lo preparó más temprano para mí, lo tomó de un solo golpe. Voy a sacar la bicicleta y la celosa ha decidido que esta vez las llantas no tienen suficiente aire. No importa, ya la conozco y he comprado un inflador de mano por si las moscas. Le doy diez toques de aire a cada llanta y, ella y yo, salimos juntos de la casa rumbo al restaurante. Salgo del condominio, dobló en la primera esquina y sigo de frente hasta el primer semáforo en donde debo de esperar que la luz me dé verde. La luz cambia y empiezo rápido a pedalear. De mis patillas empiezan a salir gotas de sudor, pero pronto entraré al restaurante y sé que el aire acondicionado me refrescará, siquiera por un breve minuto antes de que empiece a trabajar. He llegado, estaciono la bicicleta en la parte de atrás, no huele bien, es a la altura de la alcantarilla, pero es un lugar discreto y seguro porque hay unas barras de metal en donde puedo encadenarla.

Toco el timbre y alguien sale a abrirme la puerta. Entro y paso por el patio de basura que no tiene techo y no se ve desde afuera. Paso por la segunda puerta y entro por atrás a la zona de preparados antes de la cocina. Camino unos pasos y llego hasta la oficina del manager que está del lado derecho, es un cuarto pequeño con una mesa y una computadora. Pido disculpas y pido permiso para ingresar mi código. Amman, que así se llama el manager, me da su tarjeta para que yo mismo lo haga desde otro computador ubicado a la altura del salón. No se cómo se hace eso pero voy a intentarlo. Ingreso mi código, el sistema me dice que ya es tarde, paso la tarjeta y no pasa nada. Intento varias veces y no entiendo cómo hacerlo bien. Pido ayuda y un joven me da la mano. Son las 8:45. Ahora empieza mi trabajo.

Solo una vez a la semana entro tan temprano, pero es suficiente, con dos veces quizás renunciaría. Es hora de limpiar los baños. Me pongo el delantal y la malla para la cabeza. Tomo el carro limpiador y lo lleno de detergente, tomo también varios trapos y me dirijo hacia la entrada del restaurante en donde están los baños. Después de una hora y media he terminado con siete inodoros, cuatro lavamanos, tres urinarios y dos pisos grandes trapeados. Ahora toca botar la basura que se quedó ayer y que está dentro de sus tachos tapada con bolsas para evitar el mal olor. Son trece tachos grandes. Abren la puerta que da al patio de basura y empiezo a sacar las bolsas llenas de sus tachos, son muy pesadas y algunas se rompen dejando escapar los jugos mal olientes macerados desde el día anterior. Algunos salpican a mi cara y brazos al cargar y botar las bolsas dentro de los contenedores de afuera. Cuando he terminado han pasado dos horas y media de mi trabajo. He ganado 22 dólares hasta el momento pero eso no paga las facturas. Hay que continuar.

El restaurante está a punto de abrir y es hora de pasar a la máquina lavaplatos, voy a estar solo trabajando ahí las siguientes 4 horas. Lo que tengo que hacer es meter todos los utensilios, paltos, sartenes, cubiertos, bandejas y demás cosas adentro, no sin antes rociarlas manualmente con agua para quitar el exceso de desperdicios. Luego, cuando la máquina arroje todo del otro lado, debo ordenarlos y llevar cada cosa a su sitio. Los platos se cargan de 15 piezas juntas para no malograrse la columna dice el manual, pero no hay tiempo, de 30 en 30 es mejor. Hay platos grandes, hondos, medianos, de sopa, de pan, cuadrados…todos de cerámica. Muy pesados. De pronto la mesa de metal en donde los meseros dejan platos y cubiertos está muy llena de cosas por lavar. Debo correr si no quiero que los platos se amontonen demasiado y empiecen a caerse de ahí…

No quiero escribir más.

Hace unas semanas me llamaron de un banco de inversión en Miami. Me dijeron que mi currículo encajaba para lo que ellos buscaban. Me sugirieron perfeccionar un poco más mi inglés. En eso estoy, a veces hay tiempo, a veces no.

Ya he cumplido dos años trabajando en restaurantes.

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