martes, 19 de marzo de 2013

Primer Capítulo


La Partida
Las maletas están listas. Mi esposa, mi hija y yo nos hemos despedido de la familia y nos dirigimos al aeropuerto, en donde algunos familiares y amigos nos darán el alcance.

            Hemos subido al auto de mi hermano y vamos a hacer una parada en la casa de la abuela de mi esposa para despedirnos. Mi esposa llama a su abuela Marry. Su abuela crió a mi mujer junto con su mamá y por eso ella le tiene un gran cariño.

            Tocamos la puerta y nos abrió con lágrimas en los ojos. Hay un sentimiento de nostalgia muy fuerte en el ambiente. Marry nos invita a pasar. Ya adentro de la casa, ha sacado una lata de leche vacía y limpia, en donde ha ido poniendo monedas que nos da como regalo para mi hija Bianca, su bisnieta. Mi hija no aguanta, recibe la lata y les da la espalda para que no la vean llorar. Marry empieza a hablar pero las palabras le salen desordenadas mientras su rostro se enrojece y llora. Trata de hablar nuevamente pero no puede. Alexa, mi esposa, también está triste y quiere llorar, pero es la que se pone fuerte y le asegura que la haremos venir a donde estemos para que nos visite. Le dice que esta no es una despedida.

            Observo la escena cuatro pasos al costado. Tengo pena, prisa, compasión e ilusión, y no sé cuál de todos esos sentimientos escoger a fin de intervenir, pero decido no hacerlo.

            Afuera nos espera Max, el padre de mi esposa que nos siguió en otro auto llevando algunas de nuestras maletas. Adentro de la casa, los ojos de Alexa se hinchan, se ponen rojos mientras continúa sonriéndole a su abuela. Finalmente derrama algunas lágrimas. Todos nos abrazamos y Marry me pide que las cuide. Se lo aseguro con confianza. Salimos de la casa y Marry se dirige a Max que espera en la puerta. Le pregunta si va a ir con nosotros. Él le explica que nos ayudará a ir al aeropuerto pero que en tres meses nos visitará. Marry trata de consolarse con esa respuesta y se despide de todos para entrar y desahogarse en su casa.

            Subimos a los autos. Alexa va con mi suegro y yo y mi hija vamos en el auto de mi hermano. No nos hemos dado cuenta de que nuestra hija quedó fuertemente impactada con la escena en la casa de la abuela. Los autos arrancan y nos dirigimos, ahora sí, al aeropuerto.

            De pronto mi hija, sentada a mi lado en los asientos de atrás, empieza a llorar desesperadamente. Quizás tanto como lo hace Marry en ese mismo momento en su casa. Me pide por favor que no nos vayamos, me dice que ya no quiere viajar, me lo suplica casi sin voz. Mientras las lágrimas bañan su rostro, se las limpio y la abrazo, pero ella empieza a temblar. Trato de consolarla, quizás tiene razón y no debemos hacer el viaje, no lo sé. Se calma un poco pero pronto llegamos al aeropuerto. Me pregunta si ese es el lugar y le digo que sí. Hemos llegado. Esta vez es imposible consolarla. Mi padre, mi hermano, y yo, estamos quebrados tratando de hacernos los valientes y le decimos que es por su bien.

            Alexa, que ha llegado primero al aeropuerto, ve a Bianca llegar llorando y la abraza. Me dice que fue mala idea que no fuera con ella. Yo lo sé, pero la partida ha sido muy confusa para todos. Hay mucha gente despidiéndose que nos mira. Somos el centro de atención en ese momento, pero lo único que hemos hecho ha sido decidir irnos a otro país. Ese no debería ser un mérito. Yo, en el fondo, sé que no lo es. De pronto nada está claro para nosotros. Lo que no sabemos todavía es que ese sentimiento se va a prolongar por mucho, mucho tiempo.

            Una voz de los altoparlantes anuncia que nuestro vuelo está próximo a partir. Empiezan las despedidas rápidas y nos dirigimos a la sala del aeropuerto. Empezamos a alejarnos de nuestros seres queridos y miramos atrás para irnos con el recuerdo de toda esa gente junta que se despide esperando algo mejor para nosotros.

            Mi hija me dice que está más tranquila. Yo le creo. Subimos al avión y empieza nuestro viaje. Ella se duerme. Suspira y tiembla todo el camino dejando atrás el llanto. Yo me prometo que le voy a dar un futuro mejor, no importa lo que tenga que hacer.

            En pocas horas hemos llegado al aeropuerto internacional de Miami. Los tíos de mi esposa –que acabamos de conocer– nos reciben y nos llevan a su casa. En el camino nos mencionan los nombres de las principales calles y avenidas y nos explican cómo se guía la gente en este país. Nos hablan del sur, este y oeste. Yo presto atención pero sé que no es momento de entender las calles. Entiendo que yo solo debo buscar nuestro norte. Pero yo no me refiero a las calles, sino al futuro que nos espera. Un futuro totalmente incierto todavía.

            Veo a través de las lunas del auto que nos lleva a la casa de los tíos de mi esposa. Está todo oscuro. Son las tres de la mañana y todo se ve exactamente igual. No sé que al día siguiente las calles se van a ver igual de todas formas.

            Mientras avanzamos, les contamos que en el aeropuerto de Miami nos hemos retrasado por dos motivos. Uno fue porque nos llevaron a una sala de seguridad para verificar los documentos que les entregamos y que nos dieron en Perú. Y el otro para sellar nuestros pasaportes con los permisos de residencia. En esa sala hemos visto gente llorando y también hemos visto como han negado la entrada al país de algunas personas. Les contamos que en ese momento nos hemos preocupado. No tenemos motivos para hacerlo pero, al estar entre gente que los policías americanos no quieren, nos hemos sentido incómodos de todas formas.

            Al llegar a la casa de los tíos de mi esposa se me asigna un cuarto en el garaje, y a mi esposa y a mi hija un cuarto en el segundo piso. Sin saberlo, estaremos en cuartos separados los siguientes siete meses. Yo entiendo que no debo subir al segundo piso, y casi no piso el cuarto de  ellas en todo ese tiempo.

            Al día siguiente no hemos salido a conocer la ciudad. Lo que hemos hecho ha sido ir a buscar trabajo. Y hemos iniciado la búsqueda de un auto. También hemos comprado un celular. De hecho, hasta hoy conocemos poco o casi nada los lugares turísticos de La Florida. Pero tenemos la esperanza que habrá tiempo para eso más adelante.

            Ahora estamos en un país nuevo y empieza para nosotros un nuevo reto. Porque ahora somos inmigrantes.