No sonó el despertador y ya son
las 8:32. Es tarde. Hoy entraba al trabajo a las 8 y media. Empiezo a correr:
salto de la cama, me pongo uno de los pantalones negros de siempre, siempre
sucio y vuelto a lavar, y escojo entre todos los polos blancos colgados en el
closet el más blanco, siempre sucios y vueltos a lavar. Ya me afeité y me bañé
más temprano antes de llevar a mi hija a su colegio, solo me lavo la cara y
mojo mi cabello para pasarme el peine rápidamente. Mi esposa se ha llevado el
carro esta vez y me toca irme a trabajar en bicicleta, mi fiel, aunque algo
celosa compañera estos últimos años. Salgo del cuarto listo para irme. Sobre la
mesa hay una taza de café frio, que estuvo caliente antes, cuando Sandra lo
preparó más temprano para mí, lo tomó de un solo golpe. Voy a sacar la
bicicleta y la celosa ha decidido que esta vez las llantas no tienen suficiente
aire. No importa, ya la conozco y he comprado un inflador de mano por si las
moscas. Le doy diez toques de aire a cada llanta y, ella y yo, salimos juntos
de la casa rumbo al restaurante. Salgo del condominio, dobló en la primera
esquina y sigo de frente hasta el primer semáforo en donde debo de esperar que
la luz me dé verde. La luz cambia y empiezo rápido a pedalear. De mis patillas
empiezan a salir gotas de sudor, pero pronto entraré al restaurante y sé que el
aire acondicionado me refrescará, siquiera por un breve minuto antes de que
empiece a trabajar. He llegado, estaciono la bicicleta en la parte de atrás, no
huele bien, es a la altura de la alcantarilla, pero es un lugar discreto y
seguro porque hay unas barras de metal en donde puedo encadenarla.
Toco el timbre y alguien sale a
abrirme la puerta. Entro y paso por el patio de basura que no tiene techo y no
se ve desde afuera. Paso por la segunda puerta y entro por atrás a la zona de
preparados antes de la cocina. Camino unos pasos y llego hasta la oficina del
manager que está del lado derecho, es un cuarto pequeño con una mesa y una
computadora. Pido disculpas y pido permiso para ingresar mi código. Amman, que
así se llama el manager, me da su tarjeta para que yo mismo lo haga desde otro
computador ubicado a la altura del salón. No se cómo se hace eso pero voy a
intentarlo. Ingreso mi código, el sistema me dice que ya es tarde, paso la
tarjeta y no pasa nada. Intento varias veces y no entiendo cómo hacerlo bien.
Pido ayuda y un joven me da la mano. Son las 8:45. Ahora empieza mi trabajo.
Solo una vez a la semana entro
tan temprano, pero es suficiente, con dos veces quizás renunciaría. Es hora de
limpiar los baños. Me pongo el delantal y la malla para la cabeza. Tomo el
carro limpiador y lo lleno de detergente, tomo también varios trapos y me
dirijo hacia la entrada del restaurante en donde están los baños. Después de una
hora y media he terminado con siete inodoros, cuatro lavamanos, tres urinarios
y dos pisos grandes trapeados. Ahora toca botar la basura que se quedó ayer y
que está dentro de sus tachos tapada con bolsas para evitar el mal olor. Son
trece tachos grandes. Abren la puerta que da al patio de basura y empiezo a
sacar las bolsas llenas de sus tachos, son muy pesadas y algunas se rompen
dejando escapar los jugos mal olientes macerados desde el día anterior. Algunos
salpican a mi cara y brazos al cargar y botar las bolsas dentro de los
contenedores de afuera. Cuando he terminado han pasado dos horas y media de mi
trabajo. He ganado 22 dólares hasta el momento pero eso no paga las facturas.
Hay que continuar.
El restaurante está a punto de
abrir y es hora de pasar a la máquina lavaplatos, voy a estar solo trabajando
ahí las siguientes 4 horas. Lo que tengo que hacer es meter todos los
utensilios, paltos, sartenes, cubiertos, bandejas y demás cosas adentro, no sin
antes rociarlas manualmente con agua para quitar el exceso de desperdicios.
Luego, cuando la máquina arroje todo del otro lado, debo ordenarlos y llevar
cada cosa a su sitio. Los platos se cargan de 15 piezas juntas para no
malograrse la columna dice el manual, pero no hay tiempo, de 30 en 30 es mejor.
Hay platos grandes, hondos, medianos, de sopa, de pan, cuadrados…todos de
cerámica. Muy pesados. De pronto la mesa de metal en donde los meseros dejan
platos y cubiertos está muy llena de cosas por lavar. Debo correr si no quiero
que los platos se amontonen demasiado y empiecen a caerse de ahí…
No quiero escribir más.
Hace unas semanas me llamaron de
un banco de inversión en Miami. Me dijeron que mi currículo encajaba para lo
que ellos buscaban. Me sugirieron perfeccionar un poco más mi inglés. En eso
estoy, a veces hay tiempo, a veces no.
Ya he cumplido dos años
trabajando en restaurantes.